¿Recuerdas cuando fue la última vez que tomaste papel y boli para escribir una carta, la metiste en un sobre, fuiste al estanco a comprar un sello y la llevaste a ese único buzón que queda en tu barrio? Yo, sí. Fue en las últimas navidades.
Por esas fechas, acostumbro a mandar postales de Navidad a ciertas personas. Pero, cartas, lo que se entiende por carta larga, en la que cuento mis cosas y pregunto por las suyas, hace una eternidad que no.
El invierno que tomamos cartas en el asunto es algo más que un libro de género epistolar porque, entre carta y carta, se narra la vida de los personajes. Todos cuentan algo del pasado, mucho del presente y alguna que otra nota de sueños futuros.
Hay mucho de crecimiento personal, tanto en los jóvenes como en los adultos y más mayores. Es una muestra de que a cualquier edad se puede aprender, de que por mucho que hayas vivido, viajado, conocido, siempre puedes encontrar algo que te sorprenda, incluso en un pequeño pueblo perdido.
Y es una oda a los pueblos en los que hay mucha vida vivida y esperanza de que lleguen nuevas a vivir.
Merece la pena dedicarle unas horas, que sean tranquilas, o que sean de tren o bus para alejarte de la tediosa rutina.
Querido lector,
No sé si te sucederá lo mismo que a mí si te animas a leer El invierno que tomamos cartas en el asunto.
El caso es que me entraron unas ganas tremendas de escribir cartas a 4 personas que viven fuera de Asturias.
Durante unos minutos, fantaseé con la idea de comprar un papel bonito y contarles. Poco tiempo después, me volví atrás. ¿Por qué? Pues porque me dio por pensar que creerían que estoy loca enviándoles una carta cuando podríamos utilizar una aplicación en el móvil, el correo electrónico o llamando por teléfono. Bueno, en realidad hace años que ni por un medio ni por el otro nos contamos nada.
¿Crees que debería dejar de darle vueltas y sentarme a escribirle una carta? ¿Me recomiendas dejar de imaginar lo que pensarían de mí y, simplemente, disfrutar de esta forma de comunicación?
Atentamente,
Etel
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