Encontrada sin pretenderlo ya que buscaba otra cosa, eBiblio Asturias me mostró Agathe. Me llamó la atención la sinopsis. Busqué en Internet el número de páginas (lo hago mucho últimamente) y con la información de 82, la descargué.
De hace un tiempo a esta parte, descarto toda novela que sobrepase más o menos las 250 páginas. Solo de pensar que tengo entre mis manos un libro con 583 o 725 hojas por delante, me mareo. Claro que, con esta exigencia, corro el riesgo de leer obras escasas en descripciones, personajes poco definidos, nulas aclaraciones de los motivos por los que sucede tal o cual cosa, etc.
En Agathe te aseguro que nada de esto último va a suceder. Hay un personaje principal y, en mi opinión, dos más ciertamente importantes. Varios secundarios que, con sus pequeñas intervenciones, dan juego, movimiento y pistas sobre la personalidad del principal.
Sinceramente, entiendo la apatía del Doctor. Son demasiados años ya escuchando las miserias de los humanos. No se esconde. En las primeras páginas, muestra su deseo de jubilarse restando las conversaciones que le quedan con sus pacientes para no volver a verlos nunca más.
Pero, ¿qué encontrará al día siguiente de no tener que volver a la consulta? Ciertamente, no le gusta lo que le espera. ¿Sucederá algo que le de fuerzas para seguir viviendo?
Soledades, miedos, traumas de la infancia, aislamientos obligados o autoimpuestos, eso y más se reclina en el sofá de un psicólogo que comparte con sus clientes muchos de los mismos problemas que se supone debe curar, bloqueando los suyos propios.
El final es bastante abierto, así que cada cual podrá imaginarse lo que se avecina.
Agathe es la prueba escrita de que en 82 páginas se pueden contar buenas historias, con muchos momentos para hacerse preguntas y reflexionar, identificarse con uno de los personajes y, ¡quién sabe!, hasta encontrar una solución para espantar a nuestros fantasmas.
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